El tipo de cambio oficial dio un salto significativo en las últimas jornadas y generó un efecto inmediato en el mercado de granos. La soja y el maíz, dos pilares fundamentales de las exportaciones agroindustriales argentinas, reflejaron en sus cotizaciones en pesos el impacto de la devaluación, despertando expectativas sobre una posible reactivación de las ventas por parte de los productores.
El dólar oficial minorista alcanzó los $1.380, mientras que el mayorista trepó a $1.370,20. Se trata de los valores más altos registrados hasta el momento, en un contexto de creciente presión cambiaria, volatilidad macroeconómica y búsqueda de cobertura frente a la incertidumbre electoral que se aproxima en octubre. Esta suba del dólar oficial no solo afecta las expectativas del mercado financiero, sino que también altera las decisiones comerciales en el campo.
La respuesta del mercado de granos no tardó en llegar. La soja subió $15.000 por tonelada y cerró en $390.000, mientras que el maíz registró un incremento de $10.000, alcanzando los $250.000 por tonelada. Ambos cultivos mostraron subas superiores al 4 % en pesos en una sola jornada, lo que representa una mejora significativa para el productor que aún no había comercializado su cosecha.
Este nuevo escenario genera incentivos para avanzar con ventas. Muchos productores, hasta ahora reacios a desprenderse de su mercadería, comienzan a evaluar seriamente la posibilidad de liquidar parte de sus existencias, aprovechando el aumento de los precios en pesos y la posibilidad de colocar fondos en instrumentos financieros que ofrecen rendimientos atractivos. También entra en juego la opción de fijar precio a futuro, cerrar ventas en dólares o incluso tomar coberturas cambiarias que aseguren un piso de rentabilidad.
Retenciones más bajas y granos retenidos: la fórmula para una lluvia de dólares
A la mejora en el tipo de cambio se suma un segundo factor que refuerza el atractivo de vender: la reducción de los derechos de exportación. El Gobierno oficializó una baja en las alícuotas para los principales productos agroindustriales. En el caso de la soja, la retención descendió del 33 % al 26 %. El maíz pasó del 12 % al 9,5 %, y también se aplicaron recortes a otros cultivos y a la carne vacuna y aviar. Esta medida mejora directamente el precio que recibe el productor y potencia la competitividad externa del sector.
El impacto de estas dos variables —un dólar más alto y una menor carga tributaria— abre una ventana de oportunidad para el ingreso de divisas. Según estimaciones privadas, aún quedan por comercializar aproximadamente 10 millones de toneladas de maíz y entre 16 y 18 millones de toneladas de soja, sumando grano, aceite y subproductos.
Si se toma como referencia un valor FOB promedio de entre 200 y 210 dólares por tonelada para el maíz y un valor estimado de exportación para la soja, el potencial de ingreso en divisas superaría los 9.000 millones de dólares. Este monto representa un flujo crucial para el Banco Central y para el equilibrio macroeconómico del país, que enfrenta fuertes presiones inflacionarias y un escenario de reservas internacionales en niveles críticos.
El dato no es menor si se considera que, hasta el momento, los niveles de comercialización muestran un avance parcial. De la cosecha 2024/25, se vendió el 55 % de la soja, el 49 % del maíz y el 82 % del trigo. Es decir que aún queda un volumen considerable sin precio o sin venta declarada, especialmente en los dos principales cultivos. El campo sigue reteniendo un poder de fuego que, en caso de activarse, podría transformar el panorama económico.
Expectativas, riesgos y decisiones bajo presión
La posibilidad de un ingreso extraordinario de divisas no depende solo del incentivo económico. El productor también observa con atención la evolución de los precios internacionales, el comportamiento del dólar paralelo, la dinámica de tasas en pesos y la inflación. La volatilidad del contexto obliga a evaluar los pasos con cautela.
Si bien el aumento del dólar mejora la ecuación de ingresos, también puede trasladarse a los costos. Muchos insumos estratégicos para la próxima campaña —fertilizantes, agroquímicos, repuestos— se cotizan en moneda extranjera. Un encarecimiento de estos productos podría amortiguar parte de los beneficios obtenidos por mejores precios en pesos. Por eso, el productor mide no solo el ingreso inmediato sino también la capacidad de reposición de capital para continuar sembrando con normalidad.
El horizonte político también juega un rol determinante. La proximidad de las elecciones legislativas suma incertidumbre. Los actores del agro no solo miran el tipo de cambio, sino también el rumbo económico que adoptará el próximo Congreso. La posibilidad de que se mantenga un esquema de incentivos a la producción y una menor presión impositiva es clave para definir decisiones comerciales.
A pesar de estos condicionantes, el escenario es favorable. La combinación de precios atractivos en pesos, un dólar más competitivo y una carga tributaria menor crea condiciones para dinamizar el comercio agrícola. Si se materializa, este movimiento puede aliviar tensiones fiscales, reforzar las reservas y sostener el nivel de actividad económica en zonas rurales.












