El hígado graso no tiene, hasta el momento, un tratamiento farmacológico
específico, por lo que, para frenar el avance de la enfermedad, se aconseja
realizar cambios en el estilo de vida: mejorar la alimentación, tener una
adecuada hidratación, hacer actividad física y descansar bien. En cuanto a las
proteínas, se recomienda ingerir de buena calidad o alto valor biológico, con
escaso contenido de grasas. Entre éstas, una de las más destacadas es la
carne de pollo.
La pechuga de pollo sin piel aporta tan sólo 1.5 gr de grasas, de predominio
insaturadas y 2 gr por porción de 150 gr (1/2 pechuga grande). En el caso de la
pata muslo sin piel, el aporte de grasas es apenas un poco mayor, siendo de 5.3
gr cada 100 gr de carne y de 8 gr por porción de 150 gr (1 muslo mediano).
A las personas con hígado graso se les aconseja aumentar el aporte de
proteínas de la dieta a 1 – 1.5gr de proteínas/kg peso/día. Una porción de carne
de pollo promedio aporta prácticamente 50% de esta recomendación,
cubriendo casi 80% de las proteínas de alto valor biológico necesarias, con muy
bajo aporte de grasas. Además, la carne de pollo aporta selenio, que es un
potente antioxidante y que puede colaborar en disminuir el daño celular propio de
la enfermedad.
El hígado graso es una afección multisistémica (ya que puede afectar otros
órganos) que se caracteriza por la acumulación de un exceso de grasa en el
hígado. El hígado es un órgano vital, que tiene múltiples funciones:
almacenamiento, detoxificación de sustancias endógenas y exógenas, reservorio
de sangre, defensa y, por sobre todo, control y regulación de las vías metabólicas.
Se calcula que entre un 25-30% de la población general es afectada.