Roberto Bisang, profesor de la UBA, junto con Ricardo Negri y Felipe Galia, del ITBA, presentaron un simulador que permite, tanto desde el punto de vista de la gestión de la empresa como desde el de las políticas públicas, estimar el impacto de avanzar en una mayor agregación de valor. Se podría crear un 154% más de empleo y facturar USD 14.276 millones más. Mariano Tamborini, gerente general de Agronegocios del grupo Arcor, y Fernando Grasso, director de la consultora EGC, también destacaron la importancia de la red de valor maicera en el desarrollo económico.
Si la Argentina aprovechara el potencial de la cadena del maíz en la misma proporción que Estados Unidos, aumentaría 154% el empleo en el sector y facturaría USD 14.276 millones más que en la actualidad. Así surge de la simulación realizada por el modelo de sistemas complejos presentado en el Congreso Maizar 2024 por Roberto Bisang, Ricardo Negri y el ingeniero industrial Felipe Galia.
El modelo, resultante de un trabajo de un año y medio realizado por estos especialistas junto con Juan Cardini (tutor en la cátedra de Agroindustria del ITBA), fue desarrollado con el objetivo de analizar “esta red de valor que es la del maíz, en toda su complejidad”, explicó Negri. Fue el resultado, agregó, de “una idea nacida en una peña de nerds” que buscaron ir más allá del Excel y estudiar los sistemas complejos con modelos complejos.
Negri remarcó que el maíz es “un festín” para este tipo de análisis, ya que es el cultivo que más biomasa aporta y está en el centro de uno de los encadenamientos más complejos, aun cuando en la Argentina más de un 65% se exporte como grano.
Precisamente, este modelo permite calcular el potencial de la cadena, a partir de evaluar los cambios en cada uno de los distintos eslabones. Como explicó Galia, se entrecruzan dos cargas. Una es la del destino del maíz dentro de una cadena compleja que va de la genética y la siembra, con todo lo que eso implica, a la producción, y las distintas transformaciones, desde la más clásica de alimentación animal, hasta los distintos tipos de molienda, la energía y los múltiples usos industriales que permite el cereal. La otra es la de los parámetros productivos y financieros, requerimientos de capital, etcétera.
El sistema, describió Bisang, sirve para gestionar el negocio individual, pero también para gestionar políticas públicas. De hecho, el profesor de la UBA, uno de los principales teóricos del biodesarrollismo, resaltó las ventajas de avanzar en el valor agregado de la producción, la diversificación y la inserción internacional a partir de marcas diferenciadas.
“Hay que concebir al maíz como una industria a cielo abierto, cuya unidad ya no es el grano sino la biomasa, una red que tiene como eje la transformación energética y que cuenta con varias etapas”, señaló. El modelo desarrollado por los especialistas incluye la etapa del “maíz antes del maíz”, con toda la industria aguas arriba que acompaña el proceso de siembra, la producción y las primeras, segundas y terceras transformaciones (desde el feedlot hasta el etanol, la molienda seca o húmeda, la producción de burlanda o la fabricación de biomateriales).
Cargando los datos pertinentes, el modelo permite ver el impacto que cualquier cambio dentro de la cadena tiene en todo el sistema. Por ejemplo, ayuda a concluir que el valor anual de las retenciones a la exportación del cereal es equivalente a la inversión en 10 plantas de etanol de 1,5 millón de toneladas cada una.
Los creadores del sistema presentaron una serie de casos de potencial de desarrollo a escala de negocios individuales, pero también calcularon el potencial macroeconómico de agregar valor al cereal. Para eso, sobre la base de los datos y parámetros de la cosecha y la matriz correspondiente a la campaña 2021/22 (7,4 millones de hectáreas, 80.000 CUITs que generan fotosíntesis, algo más de 50 millones de toneladas, de los cuales el 67% fueron a la exportación, el 8% a la industria y el 25% a la producción de leche y carne), aplicaron la proporción de los destinos que tiene el grano en Estados Unidos, la gran potencia mundial en el cultivo. De ese cálculo surgió que la red maicera argentina podría pasar de generar 136.332 empleos directos a 241.840, y que la facturación por exportaciones podría pasar de USD 6.749 millones a USD 21.020 millones. “A mayor agregado de valor, mejor los parámetros”, concluyó Galia.
Este intercambio multidisciplinario de ingenieros industriales, economistas y especialistas vinculados a la agroindustria, subrayó Negri, va en línea con la necesidad de superar los paradigmas del pasado y “comenzar a pensar el futuro en toda su complejidad, sobre todo en un mundo que cambia tan rápidamente”. El especialista subrayó la necesidad de “calcular, medir, liderar y acordar” para discutir y consensuar un horizonte productivo.
Los especialistas presentaron el dibujo de “la sonrisa de la competitividad”, en cuyas comisuras se encuentran, a la izquierda, todos los activos en materia de genética, maquinaria agrícola y sistemas de producción, y a la derecha, una creciente industrialización y diversificación, hasta llegar a la comercialización con marca propia. “En un lado somos muy fuertes y en el otro todavía tenemos debilidades”, dijo Bisang.
Arcor es una de las empresas nacionales que más se ajusta a esa curva. Mariano Tamborini, gerente general de Agronegocios de la firma, destacó que los productos de las distintas unidades de negocios llegan a cien mercados. Agregar valor y exportar, dijo, es clave para agrandar la torta. y, aunque aclaró que no es fácil, apuntó que muchas de las startup que se mueven dentro del ecosistema alimentario “ya nacen con visión global”.
Fernando Grasso, director de la consultora EGC, reconoció que, a medida que se avanza en la agregación de valor, mayores son las trabas que ponen muchos de los países compradores, pero destacó la importancia que tiene apostar a estos desarrollos como fórmula para integrar en toda su dimensión la economía del país.