Un reciente estudio científico realizado por la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), en colaboración con el INTA, ASAGIR, CREA, la Bolsa de Cereales de Buenos Aires y otros referentes del sector, encendió una señal de alarma y, al mismo tiempo, una luz de esperanza. El informe reveló que en Argentina el cultivo de girasol tiene brechas de rendimiento de entre el 34% y el 40% en promedio, lo que implica que una parte sustancial del potencial productivo del cultivo no está siendo aprovechada.
Los investigadores determinaron que estas diferencias obedecen, en gran parte, a decisiones de manejo agronómico, disponibilidad tecnológica y, en menor medida, factores climáticos. El girasol argentino podría producir mucho más si se optimizaran las prácticas agrícolas y se adoptaran tecnologías disponibles.
Radiografía de una brecha productiva
Para comprender la dimensión del problema, el estudio identificó distintas zonas agroecológicas del país y midió cuánto girasol se podría haber cosechado en condiciones óptimas. Luego lo compararon con los rendimientos reales registrados en campo. La diferencia —conocida como brecha de rendimiento— fue significativa.

“En algunas regiones, como el sudeste bonaerense y el norte santafesino, la brecha supera el 40%”, explicó Mariano Turkenburg, investigador de FAUBA. En otras zonas, como el oeste de Buenos Aires y La Pampa, el margen ronda el 35%. Estos datos surgen del análisis de 50 ambientes productivos distintos entre 2018 y 2023.
Los motivos detrás de estas brechas no son únicamente climáticos. El estudio atribuye gran parte de la pérdida a cuestiones agronómicas como la fecha de siembra, la elección del híbrido, la densidad de plantas, el control de malezas y el manejo de nutrientes.
“Cuando miramos la distancia entre el potencial alcanzable y lo que efectivamente se cosecha, notamos que existe un amplio margen de mejora, sin necesidad de cambios estructurales complejos ni inversiones imposibles. Simplemente, hay que ajustar el manejo del cultivo”, indicó el coordinador técnico del proyecto, Santiago Meira, del INTA Balcarce.
Un cultivo estratégico con desafíos
Argentina es uno de los principales productores y exportadores de aceite de girasol del mundo. A lo largo de las últimas campañas, el país ha mantenido una superficie sembrada estable en torno a las 2 millones de hectáreas, con rendimientos promedio de entre 1.800 y 2.200 kilos por hectárea, dependiendo del año.
Sin embargo, según el estudio, el rendimiento potencial en muchas zonas supera los 3.000 kilos por hectárea. Es decir, con ajustes de manejo y tecnología, el país podría producir entre un 30% y un 40% más sin necesidad de expandir la frontera agrícola.
Desde ASAGIR (Asociación Argentina de Girasol), una de las entidades participantes del trabajo, destacaron la importancia del estudio. “Este tipo de investigaciones nos ayuda a enfocar los esfuerzos del sector privado y público para cerrar la brecha. Necesitamos una estrategia nacional que ponga al girasol en el lugar que merece”, subrayó Daniel Plopper, coordinador técnico de la entidad.
CREA y la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, por su parte, aportaron datos valiosos sobre la variabilidad regional y la performance histórica del cultivo. También identificaron los principales cuellos de botella en la adopción de tecnología y capacitación técnica.
Oportunidad para el futuro
El trabajo no solo pone en evidencia un problema, sino que también plantea una gran oportunidad para el desarrollo agrícola argentino. Mejorar los rendimientos sin ampliar el área sembrada representa un camino eficiente para aumentar la producción y las exportaciones, en un contexto en que los márgenes del productor están ajustados por los altos costos y la presión impositiva.
“El girasol tiene ventajas comparativas respecto a otros cultivos: mayor tolerancia a la sequía, buena rentabilidad relativa y demanda internacional creciente. Sin embargo, falta un plan integral que promueva su desarrollo con base técnica y estímulos económicos”, señaló el Ing. Juan Martín Llorens, especialista en cultivos estivales.
En ese sentido, las instituciones que participaron del estudio proponen generar redes de capacitación zonales, diseñar recomendaciones ajustadas a cada ambiente y promover inversiones en insumos clave como fertilizantes y genética.
“Cerrar la brecha no depende solo del productor; necesitamos una articulación entre Estado, empresas y centros de investigación. Hay que llegar con herramientas, crédito accesible y políticas públicas que valoren la intensificación sostenible”, añadieron desde el área técnica de CREA.
Un cultivo resiliente frente al cambio climático
En medio de un escenario global marcado por el cambio climático y la volatilidad de los mercados, el girasol se consolida como una alternativa estratégica. Su resistencia a condiciones adversas, su bajo requerimiento hídrico y su versatilidad de adaptación regional lo convierten en un cultivo clave para mantener la estabilidad productiva y económica de muchas zonas rurales.
Según estimaciones de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, en la campaña 2024/25 se espera una leve suba en el área destinada al girasol, empujada por mejores expectativas de precio y clima más favorable en el norte. Sin embargo, cerrar la brecha de rendimiento será fundamental para transformar esas expectativas en resultados concretos.
“No alcanza con sembrar más. Tenemos que sembrar mejor.” Esa parece ser la conclusión que une a todos los actores que participaron de este trabajo colaborativo. Un mensaje claro para un cultivo que, aunque muchas veces queda opacado por la soja y el maíz, tiene aún mucho por ofrecer.